3/10/09

"Picnic", de Fernando Arrabal. Y de paso, un monólogo de Gila...

Hoy leímos en clase de 2º de ESO un fragmento de Picnic, una obra de Fernando Arrabal. Muchos sabrán de la excentricidad de este escritor, que un día apareció con una solemne borrachera en un programa de debate de Televisión Española... Su peculiar vestimenta y su singular oratoria son más conocidas que sus obras literarias. Sin embargo, Arrabal es más que uno de esos intelectuales raritos que se pasan las convenciones sociales por el forro. Su apasionante biografía pasa desde la desaparición del padre, un teniente del Ejército que renunció a unirse a la causa de Franco, a su consideración de "enemigo público" por parte del régimen franquista, junto con otros españoles "peligrosos", como Dolores Uribarri o Santiago Carrillo.
Arrabal es un artista integral: novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, libretista de ópera, director y guionista de cine... Su pasión por la escena le hizo, en 1954, hacer autostop a París para presenciar una representación de una obra de Bertolt Brecht. En su haber figuran auténticas obras maestras de la literatura, como Picnic, una obrita teatral que trata el tema del belicismo y la Guerra Civil con una óptica grotesca y disparatada, en la línea del "teatro del absurdo" de Samuel Beckett o de Eugène Ionesco.
Picnic empieza así: Zapo, soldado que está solo en una trinchera en medio de una batalla, recibe la visita de sus padres, que han decidido acompañarle haciendo un picnic, aprovechando que es domingo...

(La batalla hace furor. Se oyen tiros, bombazos, rá­fagas de ametralladora. ZAPO, solo en escena, está acurrucado entre los sacos. Tiene mucho miedo. Cesa el combate. Silencio. ZAPO saca de una cesta de tela una madeja de lana y unas agujas. Se pone a hacer un jersey que ya tiene bastante avanzado. Suena el tim­bre del teléfono de campaña que ZAPO tiene a su lado.)

ZAPO.-Diga... Diga... A sus órdenes mi capitán... En efecto, soy el centinela de la cota 47... Sin novedad, mi capitán... Perdone, mi capitán, ¿cuándo comienza otra vez la batalla?.. Y las bombas, ¿cuándo las tiro?.. ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o ha­cia adelante?.. No se ponga usted así conmigo. No lo digo para molestarle...
Capitán, me encuentro muy solo. ¿No podría enviarme un compañero?.. Aunque sea
la cabra... (El capitán le riñe.) A sus órdenes... A sus ór­denes, mi capitán. (ZAPO cuelga el teléfono. Refunfu­ña.)

(Silencio. Entra en escena el matrimonio TEPÁN con cestas, como si vinieran a
pasar un día en el campo. Se dirigen a su hijo, ZAPO, que, de espaldas y escon­dido entre los sacos, no ve lo que pasa.)

SR. TEPÁN.- (Ceremoniosamente.) Hijo, levántate y besa en la frente a tu madre. (ZAPO, aliviado y sorpren­dido, se levanta y besa en la frente a su madre con mu­cho respeto. Quiere hablar. Su padre le interrumpe.) Y ahora, bésame a mí. (Lo besa en la frente.)

ZAPO.-Pero papaítos, ¿cómo os habéis atrevido a ve­nir aquí con lo peligroso que es? Iros inmediatamente.

SR. TEPÁN.- ¿Acaso quieres dar a tu padre una lec­ción de guerras y peligros? Esto para mí es un pasatiem­po. Cuántas veces, sin ir más lejos, he bajado del metro en marcha.

Y este es el fragmento que leímos hoy. Zepo, soldado del otro bando, llega hasta la trinchera. Zapo, dubitativo, lo detiene. No tardan en identificar sus situaciones, ninguno sabe exactamente por qué está allí, luchando...

SRA. TEPÁN.-Esto es lo agradable de salir los domin­gos al campo. Siempre se encuentra gente simpática. (Pausa.) Y usted, ¿por qué es enemigo?

ZEPO.-No sé de estas cosas. Yo tengo muy poca cultura.

SRA. TEPÁN.- ¿Eso es de nacimiento, o se hizo usted enemigo más tarde?

ZEPO.-No sé. Ya le digo que no sé.

SR. TEPÁN.-Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?

ZEPO.- Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: « ¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra.» Y yo entonces le pregunté: «Pero, ¿a qué guerra?» Y él me dijo: «Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?» Yo le dije que sí, pero no lo de las guerras...

ZAPO.-Igualito, igualito me pasó a mí.

SR. TEPÁN.-Sí, igualmente te vinieron a ti a buscar.

SRA. TEPÁN.-No, no era igual, aquel día tú no esta­bas arreglando una plancha eléctrica, sino una avería del coche. .

SR. TEPÁN.-Digo en lo otro. (A ZEPO.) Continúe. ¿Y qué pasó luego?

ZEPO.-Le dije que además tenía novia y que si no iba conmigo al cine los domingos lo iba a pasar muy aburrido. Me respondió que eso de la novia no tenía im­portancia.


ZAPO.-Igualito, igualito que a mí.

ZEPO.-Luego bajó mi padre y dijo que yo no podía ir a la guerra porque no tenía caballo.

ZAPO.-Igualito dijo mi padre.

ZEPO.-Pero el señor dijo que no hacía falta caba­llo y yo le pregunté si podía llevar a mi novia, y me dijo que no. Entonces le pregunté si podía llevar a mi tía para que me hiciera natillas los jueves, que me gus­tan mucho.

SRA. TEPÁN.-.(Dándose cuenta de que ha olvidado algo.) ¡Ay, las natillas!

Si queréis leer completa esta pequeña maravilla, haced clic en este enlace. Garantizo risas. Pero Picnic es mucho más que media horita de entretenimiento, es una reflexión sobre que no hay nada más absurdo que una guerra, nada más absurdo que levantar la mano contra otro que, en el fondo, es como tú.

PS. Picnic me ha recordado un maravilloso monólogo de Gila (1919-2001), cómico inigualable...





Publicado en ISRAelPROFEDELENGUA

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